Tragedia entre el agua y el lodo

Gilberto Nieto Aguilar

La tragedia causada por la lluvia excesiva debido a varios fenómenos meteorológicos tal vez superó al Huracán Hilda, que asoló a las Huastecas en 1955. Tragedia, por lo sorpresivo de la contingencia, por lo violento del desborde, por las pérdidas humanas, por las pérdidas materiales, por la hambruna posterior y la dramática reconstrucción lenta, en la que ningún apoyo material será suficiente, a pesar de la solidaridad de muchas personas, agrupaciones y gobiernos de diversos niveles.

Agua es la que fluía a borbotones, creciendo rápido, sin dar tiempo a nada. Agua es la que necesitan los damnificados del norte para tomar, lavar y limpiar tanta suciedad. Agua es la que se llevaba al ganado río abajo. Agua es la que cae del cielo con todos los ríos desbordados, agua es la que llueve sobre mojado. Agua es la que corre también por las calles de Xalapa y desgarra sus laderas. Agua es la que contiene la vida antes de salir a la luz.

Fango es el que ahora impide la limpieza de las calles de la ciudad y de los pisos y los patios de las casas. Limo es el que se esparce por los campos sepultando los sembradíos, tapando la cosecha que se espera y que nunca llegará. Lodo son las injurias y las mentiras que se escuchan de los políticos, de las redes sociales, de la gente enardecida, de la gente desesperada, de la gente que lo perdió todo, de la gente que busca a familiares desaparecidos entre el fango y la basura que está por todas partes, como el nuevo paisaje del terror y la muerte.

Tragedia es la que vive toda aquella extensa zona que abarca varios estados: Veracruz, Puebla, Hidalgo, San Luis Potosí, Querétaro y Tamaulipas, a donde están llegando las aguas del Pánuco cargado con las aguas de toda la región, buscando el mar, desbordándose por las tierras bajas, por amplias extensiones convertidas en lagunas y pantanos. Nunca será lo mismo vivir la tragedia que ver las noticias, imágenes y videos de los grandes torrentes y remolinos en medio del ensordecedor estruendo de la corriente que corre con mucha furia y fuerza.

Agua de lágrimas, de dolor, de tristeza, de desesperación, de angustia. Agua caída del cielo, recogida en los arroyos cada vez más caudalosos, vastos y profundos, arrastrando a sus paso viviendas, muebles, árboles, arbustos, animales, lodo, … y también personas. Agua que limpia, agua que reverdece los campos, agua que da vida y salud al tomarla, agua que también ahoga, que también arrasa, que también destruye.

Lodo que tapa los muebles, que tapa el cemento gris de las calles de la ciudad, el verdor de los campos, el café opaco de los patios, los cuerpos de animales, ramas y enredaderas, basura de todo tipo, cuerpos humanos. Dirán que exagero y tienen derecho a decirlo y pensarlo, pero sólo quienes lo han vivido, que han estado luchando en medio de las aguas y el fango, quienes han perdido a un ser querido en el escandaloso transcurrir de las aguas, saben a qué me refiero.

México sigue siendo luminoso y bello por la calidad dadivosa de su gente, por su solidaridad y apoyo, por su hermandad y respaldo. El mexicano que se quita la camisa para dársela a quien tiene frío, la comida y el agua que saca de su exigua despensa para compartirla con el necesitado, quienes promueven el apoyo para el que sufre la desgracia. Llegó ayuda de muchos lugares, hasta del extranjero.

La ayuda humanitaria que se concentra en los centros de acopio habla de la bondad de la gente, de personas pacíficas que aman a su pueblo. La hierba mala que ha venido floreciendo entre las buenas raíces de la sociedad, también hicieron acto de presencia. A veces con el agua a la cintura, los rufianes hicieron de las suyas y saquearon tiendas y casas. Es nuestra realidad, no podemos negarla. Lo sucedido, que está muy lejos de terminar, fue una verdadera tragedia.

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