Creyente o ateo

Gilberto Nieto Aguilar

Es bastante complicado referirse, en una generalización, a los creyentes y a los ateos, pues como estados internos, individuales, personales, no podemos estar seguros de lo que realmente piensan y sienten. Sin embargo, existen expresiones y modos de actuar que los identifica y que nos puede arrojar una generalización (término bastante vago y hasta estigmatizado por algunas personas) que nos aproxime al tema.

Se dice que un creyente es aquél que tiene fe, que cree en algo, en especial sobre una doctrina o fe religiosa. También se puede aplicar el término a quienes sostienen una creencia firme en una ideología o causa. Caso contrario, el ateo es quien niega o no cree en la existencia de Dios o de cualquier divinidad. La palabra proviene del griego “atheos”, sin Dios, el que mantiene una ausencia de fe en lo sobrenatural, en aquello que no puede ofrecerle una prueba material o tangible de su existencia.

Entre ambos términos existe una amplia variedad de matices que complica una separación pura que, de hecho, es casi inexistente. Ese “casi” fortalece la afirmación de las personas extraordinarias y permite la suficiente comprensión y tolerancia para convivir en paz, mientras no se radicalicen las ideas y sentimientos, y en tanto no se fanatice la postura.

Un creyente puede tener fe en lo trascendente; participar en prácticas, rituales y celebraciones religiosas. Su moral se basa en las creencias y suele formar parte de una comunidad con la que comparte valores, símbolos, historias y costumbres. No todos viven la fe del mismo modo y la identidad de los creyentes suele estar muy ligada a la herencia familiar, regional o incluso nacional.

La práctica del ateísmo no es homogénea. Los ateos pueden serlo desde distintos puntos de vista, aunque su rasgo distintivo sea la negación de todo tipo de creencias divinas, metafísicas, místicas o espirituales. Algunos ateos aceptan que el ser humano tiene una dimensión espiritual pero sin que implique la creencia en una deidad. Proyectan su fe en sí mismos, en cosas, ideas o personas que les da sentido. Es su forma de relacionarse con lo trascendente.

Algunos pensadores como Hilary Putman (1926-2016) cuestionaron el movimiento filosófico que, desde el siglo XIX, dejó a Dios de lado y comenzó a idealizar al hombre. Alvin Plantinga (1932-2024) aborda temas históricamente polémicos acerca de Dios y la religión. Sin rechazar la ciencia, su posición es conciliadora afirmando que la fe y la razón no sólo pueden coexistir, sino que se sostienen mutuamente. Reformula la interpretación sobre el libre albedrío que caracteriza a los humanos para ser libres en sus decisiones, definirse y determinarse.

André Comte-Sponville (1952- ¿?) considera que el ser humano es un animal filosofante en busca de la sabiduría y la felicidad, lleno de deseos y esperanza, que sufre cuando las cosas no ocurren como esperaba. Comenta que el agnóstico es más humilde que el ateo, pues reconoce que no posee la respuesta definitiva sobre la existencia o inexistencia de Dios.

Los seres humanos, en todas las culturas, crearon ─¿por atracción instintiva o divina?─ la religión. Reflexionaron sobre la existencia de Dios, el origen del universo y el destino después de la muerte. Para responder a esas preguntas recurren a la existencia de una divinidad infinitamente superior al humano envuelta en un misterio que deja entrever otras posibilidades inagotables por comprender.

Baruch Spinoza (1632-1677) creía en Dios, al que veía en la naturaleza y en el mundo como manifestación de esa única sustancia eterna, infinita y causa de sí misma. Albert Einstein (1879-1955) confesó que creía en este argumento de Dios y que tenía una concepción religiosa del universo y de sus leyes a la que llamaba “religión cósmica”, y en la “Carta sobre Dios”, un año antes de morir, se declaró a sí mismo «no creyente profundamente religioso».

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