Gilberto Nieto Aguilar
El pasado 5 de junio fue el día mundial destinado al medio ambiente, igual que cada año desde 1972, en aras de una llamada a la acción global por la Asamblea General de las Naciones Unidas para luchar por preservar la vida humana, las especies de flora y fauna, los ecosistemas, el agua, la temperatura, la pureza del aire, la contaminación por deshechos, por basura plástica, y muchos etcéteras más.
Esta fecha alusiva de carácter internacional tiene como tema central el planeta Tierra y todo lo que él representa, todo lo que hay en él como el entorno natural, la preservación de la vida de todos los seres que cohabitan en los diversos ecosistemas, dentro del espacio global del mundo que florece y gira incansable alrededor de la estrella solar que lo atrae con su fuerza gravitacional.
Es necesario comprender con toda claridad que el medio ambiente es nuestro sistema de vida. La pérdida de su equilibrio afecta de manera directa su desarrollo y conservación pues lo que hacemos en México repercute en las antípodas y viceversa, como un todo depositado dentro de una misma casa, un mismo hogar. Los humanos no tenemos más albergue que el planeta para vivir y realizar nuestras actividades de progreso y existencia plena y total.
La contaminación avanza y la naturaleza se encuentra en estado de emergencia. Para mantener el calentamiento global por debajo de lo recomendado, se deben reducir las emisiones de gases de efecto invernadero porque, de no actuar como personas y como gobierno preocupados por la vida humana, el aire contaminado expandirá sus efectos con los daños consiguientes sobre los seres humanos, la vida silvestre y el calentamiento del ambiente.
Los deshechos plásticos, más de 400 millones de toneladas anuales (datos de la ONU), en su mayoría llegan a las corrientes acuáticas de lagunas y ríos que tarde o temprano desembocan en los mares y grandes océanos. Las consecuencias de estos hechos son incalculables y, lo peor, son acumulables en tiempo y espacio antes de que el planeta entre en una fase que puede considerarse irreversible en su sostenimiento y desarrollo.
El ser humano, muy inteligente pero a veces con tan poca consciencia sobre las consecuencias de sus actos y hechos, vive sin parecer percatarse de que está poco a poco cavando su tumba como especie, como humanidad. Muy lamentable porque nuestra existencia será muy corta y nuestra huella indeseable por no ser capaces de prever y actuar en beneficio de la vida y la continuidad de la humanidad.
Hace 30 mil años todavía vivían los humanos en cavernas y techos improvisados. Hace 10 mil años comenzaron a florecer algunas culturas que adoraban y respetaban los ciclos de la naturaleza como propios porque percibían su importancia para la vida. En los últimos 200 años el hombre ha trasladado la mecánica de la vida a sus inventos con los que pretende de manera insensata doblegar a la naturaleza a sus intereses y caprichos.
Necesitamos revertir tales “progresos” ─que en un sentido material pueden verse como avances─, para fortalecer una cultura y un estilo de vida sustentable y sostenible en armonía con la naturaleza, no contra la naturaleza. Los ecosistemas mantienen todas las formas de vida sobre la Tierra. De su conservación depende directamente la vida y la salud del planeta y sus habitantes, seres humanos, animales, plantas, agua, aire, etc.
Todos los esfuerzos, todas la economías, todo el tiempo invertido son nada, si el resultado convierte a nuestro planeta en habitable y saludable. No es una simple filosofía bondadosa que pretende proteger el medio ambiente, es una filosofía de amor a la vida, pues el planeta, para regenerar su diversidad biológica, llegará el momento que necesite desparecer el virus que ocasiona la enfermedad de la contaminación y sus efectos. Ese virus somos los seres humanos.
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