A lo que puede reducirse un hombre

El material del presente artículo fue tomado de un libro sencillo en apariencia, escrito en 1947 por Primo Levi, un judío italiano que participó en la resistencia al norte de Italia, fue capturado y deportado al campo de concentración de Auschwitz en enero de 1944. Sus memorias, publicadas en 1947 en “Si esto es un hombre” (Editorial Planeta, México, 2019), al que después agregaría «La tregua» (1963) y «Los hundidos y los salvados» (1986, un año antes de morir) complementan la trilogía de Auschwitz escrita por él.

Durante los días de horror en el campo de exterminio nazi, concibió la idea de que, si sobrevivía, habría de escribir las atrocidades que allí vivió. En Auschwitz, más que resguardados por las alambradas y los guardias comandados por la SS, estaban presos en su propia monstruosidad, en la enorme impotencia de reducirse a un número, de no sentirse ser humano, agonizante la ilusión en medio del campo de la muerte.

Allí se perdía la condición de hombre, del humano pensante y sensible que tanto cuidó Víctor Frankl, aunque finalmente tal negación era una defensa interior para perder la capacidad de sufrimiento. Eran judíos, pero eso no cambiaba la condición humana que alardeaban los nazis.

Primo Levi es pionero en la literatura sobre las condiciones del holocausto, pues se atrevió rápidamente a declarar lo que vivió en el inconcebible intento masivo de destrucción y dominio. Los detalles atroces son relatados con extrema sencillez, sin retoques ni dramatismo, sin complicaciones narrativas, sin ánimo de denunciar ni acumular cargos en la hora temprana de su libro.

Busca más bien encontrar el alma humana en los hacinamientos de las barracas y en la espera diaria de los que saben que en las próximas horas o días van a morir en condiciones infrahumanas por el único pecado de haber nacido judíos.

Dice Levi en el prólogo: «Habrá muchos, individuos o pueblos, que piensen más o menos consientes, que “todo extranjero es un enemigo”. En la mayoría de los casos esta condición yace en el fondo de las almas como una infección latente; se manifiesta sólo en actos intermitentes y descoordinados, y no está  en el origen de un sistema de pensamiento. Pero… cuando el dogma inexpresado se convierte en la premisa mayor de un silogismo, entonces, al final de la cadena está el Lager [campo de concentración y exterminio]».

Levy pensó que el dolor y la brutalidad de una maldad sin aristas no volverá a repetirse. En su libro describe los sucesos de más de un año de su estancia en el Lager, el campo de exterminio nazi. Describe a Auschwitz como una máquina perfecta de aniquilación donde conviven los “salvados” y los “hundidos”, los que sobreviven privados de humanidad y esperanza, dedicados a trabajos forzados que no tienen sentido, y los que son conducidos a la cámara de gas.

Los adultos útiles y los inútiles. Los niños, mayoritariamente a la cámara de gas, algunos eran enviados al centro de experimentos del Lager. Una imagen recurrente, dice Levi: «un hombre demacrado, con la cabeza inclinada y las espaldas encorvadas, en cuya cara y en cuyos ojos hundidos no se puede leer ni una sola huella de pensamiento». No hay argumento que justifique el holocausto.

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