Divagaciones del joven profesor

El profesor llega a la orilla del río y observa embelesado el hermoso espectáculo que se extiende a sus pies. Después de caminar más de doce kilómetros bajo el sol de la tarde, sentarse en el pasto, a la orilla del río y bajo un árbol frondoso, es un regalo de Dios. Las tranquilas aguas, quietas en apariencia, resbalan serpenteando entre los pastizales, para unirse varios kilómetros adelante con el río Moctezuma.

Observa el paisaje y considera que su mente vuela con mayor libertad que las aves que cruzaban de rama en rama las espesuras de la rivera. Todavía tendrá que tomar dos transportes para llegar a casa de sus padres, en un par de horas, al anochecer. Es viernes y hoy cumple 22 años. Tal vez se tome alguna copa con sus amigos y se vaya mañana de paseo al puerto de Tampico.

En el camino pensó en tantas cosas, además de aprovechar de la mejor manera este fin de semana. Mientras baja el sendero polvoso cavila en la constancia y la perseverancia, en los planes de vida que van tomando forma, y en la excelsa importancia del momento presente. Las encrucijadas de la vida, los caminos que se bifurcan, el complicado tablero del destino y las piezas que deben moverse cada día, son parte del pensamiento cotidiano.

Considera igualmente importante la necesidad de convivir, relacionarse, aprender de los demás, establecer grupos de afinidad e identidad… y para divertirse. “El hombre aprende muchas cosas por imitación”, pensó, justo al llegar a la orilla del río. Enfrente, la enorme barcaza avanza lentamente hacia él, próxima a llegar a la orilla. “¡Cuidado! ¡Atraca el chalán!” gritó el vocero, por cuya fuerza física se movía la embarcación con un camión encima.

“Los amigos a esta edad son muy importantes”, se dijo. “Aprendemos juntos segundo tras segundo. El tiempo es un continuo que se desliza lentamente para nosotros los jóvenes, pero dice mi padre que para él transcurre muy rápido”. Mientras aborda la embarcación que lo llevará al otro lado del río, continúa el hilo de su pensamiento: “Entonces el tiempo tiene diferentes apreciaciones según cada persona”.

Comienza a evocar sus días de estudiante, donde el tiempo parecía no avanzar y el futuro una entidad muy lejana. Al egresar y tomar una plaza como profesor de primaria, comenzó a pensar diferente. “Desde ahora trazaré metas. Al alcanzarlas me propondré nuevas para mantenerme activo y jamás perder el entusiasmo” recuerda con gusto. “La vida misma es una meta permanente, donde disfrutar el camino es lo más enriquecedor” concluyó casi al llegar a la otra orilla. “Nunca vivir al garete, como decía mi abuela”.

Prevalece en él y en muchos jóvenes de los años setenta, la idea de que su generación debe superar a los jóvenes de la década de los sesenta. Aquellos ya hicieron su esfuerzo, se rebelaron contra una sociedad mojigata e hipócrita, y a través de la música, el arte y sus costumbres irreverentes, lograron los aires de una transformación social.

“Debemos crearnos expectativas” se dijo, mientras subía la pronunciada y polvosa pendiente del camino. “Qué queremos y qué podemos hacer en este mundo y en esta vida”.

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