No todo puede verse desde el mismo ángulo, ni tiene una sola interpretación. No todo es ganancia y provecho sin que por eso deje de ser útil en su momento. El mundo no es maniqueo pues existe el claroscuro, y pueden convivir aspectos buenos y malos en la misma entidad o el mismo objeto. Lo que hoy comento, se remonta al año 1956, cuando el informático estadounidense John McCarthy mencionó por primera de vez el término “Inteligencia Artificial”.
La Inteligencia Artificial (IA) abandonó hace algún tiempo los territorios de la ciencia ficción para convertirse en una realidad concreta. Es la combinación de algoritmos planteados con el propósito de crear máquinas que presenten las capacidades humanas de razonar y, tal vez, de experimentar emociones. En el caso de las empresas, la IA permite mover grandes cantidades de datos, comprendiéndolos, identificando patrones y obteniendo más información sobre ellos de los que podría gestionar un grupo de seres humanos en un tiempo mucho mayor.
La IA es omnipresente en varias aplicaciones de los “teléfonos inteligentes”, en los asistentes virtuales de voz como Siri de Apple, Alexa de Amazon o Cortana de Microsoft, y en muchas innovaciones de la industria. Generalmente la relacionamos con los robots, cuyos sistemas están diseñados para pensar y actuar racionalmente, algo que todavía suena como una locura.
Estas tecnologías están invadiendo al mundo y continúan cambiando las relaciones humanas, laborales y de todo tipo, un fenómeno que se aprecia desde la expansión de las computadoras y el Internet. Los cambios suceden con nosotros o sin nosotros, por lo que más vale conocer estos adelantos para aprovechar los excelentes servicios que ofrecen, pues como afirmó el físico Stephen Hawking, el desarrollo de la IA “podría ser lo peor o lo mejor que le ha pasado a la humanidad”.
Aseguran los científicos creadores de estas tecnologías, que la IA toma decisiones más rápida y eficientemente que los seres humanos. Cuidado con este juego. La semana pasada leí en Diario de Xalapa el artículo de Jorge Gaviño en donde cuestiona la posibilidad de una máquina para superar a su creador en la rapidez para pensar y, sobre todo, capaz de crear nuevas conexiones que le concedan autonomía a su inteligencia.
Esto ya no es ciencia ficción. Sus resultados impactan de diversas formas todos los ámbitos de la vida, y nos enfrentamos a una revolución imparable, aun cuando todavía existan muchas regiones marginadas en México y el mundo. Si nos preguntamos para qué sirve la inteligencia artificial, la respuesta inmediata podría ser: para casi todo y en casi todo.
Es lógico que esta vertiginosa difusión de la IA y los enormes alcances de la robótica han llevado a la comunidad científica y a los organismos internacionales a plantearse la necesidad de crear una normativa para regular su uso y empleo, buscando evitar posibles problemáticas que dejen fuera de control esta tecnología en el futuro. Somos los humanos muy susceptibles de abusar y desconocer las fronteras entre el poder y el deber hacer.
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