Viejas divagaciones juveniles

DEL BAÚL DE LOS RECUERDOS

Con paso firme y decidido caminaba en medio de la llanura con mi pequeño maletín de pertenencias y la mente llena de los recuerdos de la semana. Las pláticas con los habitantes de la comunidad, los buenos tratos de las familias vecinas o de aquellos padres que preguntaban por sus hijos, la muchacha que en las mañana me preparaba el desayuno. No podía borrar de mi memoria la cadencia suave con que mecía su cuerpo delgado y esbelto al compás del metate para prepararme las tortillas.

Y ni qué decir de las risas cantarinas de mis alumnos de primero, segundo y tercer grado de primaria. Risas ingenuas, miradas curiosas, numerosas preguntas de quienes quieren conocer otros mundos, otras ideas, otras formas de vivir, tal vez para comparar, quizá por curiosidad o por el simple placer de conocer…

Con paso rápido consumía los kilómetros que me separaban del río para cruzarlo y tomar el autobús que me llevaría de regreso a mi pueblo. Durante las tres horas de caminata, mi mente vagaba incansable por rincones conocidos, espacios desconocidos, recovecos de divagaciones y ensueños, lugares de fantasías y posibles encrucijadas de la vida futura.

Eran el pasado inmediato, el ahora y el incierto mañana. El fue y el es atisbando el será, en un divertido juego de imaginación y ficción. El pensamiento ejercitando sus posibilidades y descubriendo las ricas veredas de la ilusión, la creación de imágenes, la abstracta formación de los conceptos, la búsqueda de un ideal… Todo tan frágil, tan volátil, tan fugaz, que había que realizar enormes esfuerzos para retener, encausar, darle forma, centrar las intuiciones concretas, guiar las introspecciones hacia el lugar deseado.

Sentía el afán inmenso de vivir, incitado por el fresco y fragante aire golpeándome en el rostro, ante la vista de la extensa planicie sin cerros, llena la llanura de árboles de grandes follajes verdes, percibiendo mi transpiración por el esfuerzo prolongado y los pulmones llenos del oxígeno puro de la campiña. ¡Qué maravillosa es la naturaleza y qué grandioso es Dios, que se manifiesta en ella y en nosotros!

Con el tiempo he comprendido que somos lo que pensamos y el cómo procesamos aquello en que pensamos. Los pensamientos se vuelven acciones, hechos, formas de actuar. No así las palabras que expresamos, que a veces no son lo que estamos entendiendo sino algún asidero para ocultar, para engañar, para evadir. La congruencia, la prudencia y la sensatez son para pocos, no son lugares comunes.

Es fácil, además, permitirle al Dr. Merengue que gobierne nuestra persona diciendo una cosa, pensando otra y haciendo algo distinto. O al voltearse el interlocutor, formular el sarcasmo, la diatriba o la burla. No sé si esto es privativo de la naturaleza humana o producto del descuido; si es algo que hay que cambiar o cuidar de no imitarlo de los demás.

Ya veo los árboles del río mecerse al compás del viento. Estoy cerca y voy hacia otra realidad, a la de un chico que está aprendiendo a vivir y a ser. Y que quiere sumar todo el remolino de pensamientos, sensaciones y deseos, para formar el filtro por el que habrá de pasar el mundo entero.

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