La Constitución en la vida cotidiana

En 1917 fue promulgada la Constitución General de la República que hoy nos rige. Provenía de un ambiente convulso, lleno de sangre, traiciones, ambiciones y de dos grupos y dos visiones divergentes: los carrancistas y los obregonistas. El Constituyente de 1917 pretendía superar la Constitución de 1857, darle un orden legal al país y concluir la etapa armada, pero todavía faltaba el Plan de Agua Prieta y el homicidio de Venustiano Carranza.

Una lectura imparcial de los momentos históricos entre 1914 y 1920 es muy difícil. Se unen tres etapas que definen al México posrevolucionario: después de la derrota de Huerta (todos contra todos), el gobierno constitucional de Carranza y la muerte de Zapata, y el inicio del mandato de Obregón (1920), el hombre fuerte como figura principal de la revolución.

Escribe Schettino que en la Constitución de 1917 a la falta de claridad en el equilibrio entre los poderes federales y entre éstos y los poderes locales, se suma un exceso de detalles en cuestiones sociales (garantías, Art. 123) para dar como resultado una constitución que no funciona. Pero esto no será muy importante en la vida posterior de México, porque en todo momento y en todos los ámbitos, la ley casi nunca será tomada en cuente. (Macario Schettino, «Cien años de confusión», Paidós, México, 2016, p. 90)

El periodo que va de mayo de 1920, con la muerte de Carranza en Tlaxcalantongo, a junio de 1935 cuando Calles es expulsado del país, puede verse de diferentes formas. Sin embargo, en ese periodo se cocina lo que habría de ser la política nuestra de cada día. Cárdenas, como líder único del país, le dará la forma definitiva y, en lo que cabe, respetará sus propias reglas.

Hacia 1930 solo brilla la estampa viva del dictador Calles, duro pero sin ser sanguinario, aunque no le tiembla la voz para dar una orden fatal. Ya no quedan caudillos que puedan considerarse herederos obligados y los generales que han logrado sobrevivir son bastante cautelosos. No quieren terminar por convertirse en una cruz más en el camino.

En estos pasajes de la historia Schettino cita una gran profusión de fuentes nacionales y extranjeras, puesto que son periodos de indefinición y de definiciones que marcan los derroteros y el destino del país y el tan manoseado término de “pueblo”, sustento de la democracia en las naciones en que ésta sí funciona. Como título de uno de sus libros, Sara Sefchovich dice que México se ha convertido en un “País de mentiras” (Océano, México, 2008), dentro y fuera del país.

No existe probablemente ninguna parte del mundo con una diferencia tan grande entre la ley escrita y la práctica, entre la norma jurídica y su aplicación, como sucede en México (Marjorie Ruth Clark, “La organización obrera en México”, Era, México, 1979). Esto lo escribía Clark en 1934, pero el sistema autoritario mexicano no necesita mucho de la Constitución y sus leyes, porque las fallas, lagunas jurídicas y hasta preceptos inconstitucionales no trascienden porque no se aplica. Sugiere Schettino (p. 89) que esto bien lo pudo escribir Clark ayer, porque México sigue siendo el mismo.

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