La cuestión educativa ante la continuidad y el cambio

Las mudanzas en el gobierno mexicano vuelven a aparecer en el siglo XXI. Desde 1920, con Álvaro Obregón, el “gobierno revolucionario” hace esfuerzos por estabilizar los cambios de poder dentro de la gran familia revolucionaria. Calles crea el PNR (hoy PRI) en 1929 y las reglas no escritas del juego político las establece el General Lázaro Cárdenas del Río. La alternancia quedó proscrita en el juego democrático de México.

La primera alternancia del siglo se da con la llegada de Vicente Fox a la presidencia el 1º de diciembre de 2000. Fue vista y aclamada con grandes expectativas por la sociedad mexicana porque creyó que se generarían cambios importantes que se reflejarían de alguna manera en la estabilidad del país y en los bolsillos del ciudadano. Todos lo saben, no fue así.

El programa educativo de Fox pretendió guardar un equilibrio entre la continuidad y el cambio en relación con las políticas seguidas por los sexenios de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo. La razón de que se busque esa postura intermedia es doble: por una parte, se debe al reconocimiento de que, al lado de limitaciones y fallas claras, las políticas previas tuvieron también aciertos importantes que deben conservarse. Por otra parte, estuvo la prudencia ante la complejidad de los cambios educativos. (Las políticas educativas mexicanas antes y después de 2001. Felipe Martínez Rizo, Revista Iberoamericana de Educación, No. 27, diciembre de 2001).

Esta tensión entre cambio y continuidad parece una clave fundamental para analizar el discurso en que se plasman oficialmente las nuevas políticas educativas nacionales del gobierno mexicano. El problema radica en llevar a la práctica sus postulados, para que no queden en letra muerta. Y que se analicen los resultados, dando seguimiento con todo el compromiso del aparato gubernamental, sobre una evaluación efectiva.

Tal vez cada reforma en su contexto pretendía ser mejor que la anterior. Pero la educación es un continuo debate y cada reforma educativa tiene un impacto social que no se sabrá si no hay una buena y objetiva evaluación. El Sistema Educativo Nacional ha evolucionado en la medida que ha cambiado la sociedad, pero no al mismo ritmo. Se ha quedado atrás. Muy atrás.

Da la impresión de que cada reforma se implementa y se deja correr a la suerte. De que no hay interés en probar si los resultados son buenos o al menos satisfactorios. Que no importa saber si en el aula algo ha cambiado o todo sigue igual. El gobierno no ha mostrado disposición por hacer de la educación una política de Estado.

En julio pasado el pueblo mexicano vivió otra emoción de cambio con la llegada de Andrés Manuel a la presidencia. Su arribo plantea una supuesta ruptura con los regímenes anteriores, sometida a votación en una elección histórica. Un pueblo de grandes contrastes, que se entrega hasta la exageración y que crítica hasta la blasfemia.

En materia educativa, toda reforma requiere ser bien pensada para convertirse en política de Estado, ajena a los vaivenes y caprichos de la politiquería personal y de grupos. Esta premisa adquiere mayor relevancia por tratarse de un sector que compromete el desarrollo del país.

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