Pensamiento y conciencia

Gilberto Nieto Aguilar
Cuando era alumno de 6º año de primaria, en una escuela de gobierno allá en El Higo, mi pueblo natal, en 1965, con libros de texto gratuito producidos por la CONALITEG (1959) dentro del Plan de Once Años que impulsó Jaime Torres Bodet bajo el gobierno de Adolfo López Mateos y en pleno apogeo de la política económica conocida como el “desarrollo estabilizador” promovida por Antonio Ortiz Mena.
Recuerdo que los libros de historia de sexto grado hablaban de Jesús. Lo veían como un líder de las multitudes, un hombre de carne y hueso que logró ser el centro de una doctrina que habría de llenar la filosofía religiosa y racional del mundo occidental hasta nuestros días, enfocada en el sentido del obrar humano. En la página web histórico.conaliteg.gob.mx podemos ver este libro y encontrar un relato breve sobre la importancia de la creación de la doctrina cristiana (pp. 63-65).
Sin embargo, el libro que más recuerdo y que traía varias páginas con dibujos alusivos a los recorridos de Jesús que culminaron con su crucifixión, no lo encontré en el histórico de Conaliteg, por lo que es muy probable que nos haya llegado por otra vía. Pero era de historia. La aceptación de un hecho registrado en una época y lugar definidos de la historia humana que dejó una honda huella hasta el presente.
Con los avances de la ciencia y la tecnología, el hombre comenzó a sentirse Dios capaz de crear vida, dominar a la naturaleza, duplicar la inteligencia por sus propios medios, extender la esperanza de vida, explorar y conocer el cosmos infinito, sentirse dueño del conocimiento y creer con vehemencia que él creo a Dios para que no le estorbara su presencia inmaterial. A fin de cuentas, hace más de dos mil quinientos años Protágoras profetizó al mundo que el hombre es la medida de todas las cosas.
El ser humano, creyente o ateo, busca una finalidad para vivir. En ese ejercicio del pensamiento, busca “algo” o “alguien” que le ayude a comprender el misterio de la vida. Para el creyente este “algo” o “alguien” suele ser Dios. Para el ateo, la ciencia. A pesar de que grandes sabios han dejado una profunda indagación sobre el significado de la palabra “Dios”, muy pocas personas se han tomado la molestia de hurgar en esa enorme nube de información.
Durante los años en que tuve trabajos agobiantes, no me di tiempo para pensar en Dios. Pero al paso de los años, comencé a pensar que todas las religiones manifiestan la creencia en un mismo Dios, con un nombre diferente y rodeado de la cultura creada por los pueblos en la creencia de que esa forma es la única y verdadera. Tal vez el concepto de Dios sea mucho más grande de lo que suponemos y es posible que sólo exista un Dios único para todos los humanos, revelado en cualquier forma de religión. Son cinco las más conocidas: Hinduismo, Budismo, Judaísmo, Cristianismo e Islamismo, con las variantes que cada una de ellas puede tener.
Dice Tony Nader (2021:199) que la conciencia de Dios, «ya sea que se conciba a Dios como una inteligencia viva impersonal, un ser puro, o como un “Él” o “Ella”, deidad creadora que produce y mantiene el Universo, de cualquier manera, parece que el reino de lo divino debe estar en el nivel más sutil, que sabemos por la ciencia es el más poderoso».
La civilización humana ha evolucionado básicamente hacia el terreno de lo material. Por ello aún enfrenta todo tipo de problemas relacionados con la salud, enfermedades contagiosas, economía mundial, energía, entorno ambiental, vivienda, educación, derechos humanos, integridad cultural, política, discriminación racial y religiosa, seguridad y bienestar (Nader: 2021:320) extraviada en un mundo donde la conciencia juega un papel fundamental que se le ha negado. O como dice Osho (2013:7) «La cultura que surgirá en el futuro, si verdaderamente es para la evolución de la humanidad, será un balance entre la ciencia y la religión».
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