Gilberto Nieto Aguilar
El sentido de la vida es un tema muy explorado por filósofos y pensadores a lo largo de la historia humana. En la primera mitad del siglo pasado, el existencialismo surgió como una corriente filosófica que impulsó la reflexión sobre el valor del sentido de la vida para el ser humano, bajo las graves secuelas de la Segunda Guerra Mundial. En esa época, para muchas personas, las creencias religiosas comenzaron a perder influencia como sostén de la existencia.
Esa falta de fe, por otro lado, hizo que la búsqueda de un sentido de vida se volviera más confusa y relevante. Se cuestiona la razón de la vida. Se interroga sobre el comportamiento humano y el valor de la diversidad, las ataduras sociales, la rancia hipocresía de la moral occidental. Muchos repetían la frase «yo no pedí nacer» como una justificación sobre algo que ni ellos mismos entendían.
Extraída de los horrores de los campos de concentración nazis, surge la Logoterapia, como una forma esperanzadora de enfrentar los conflictos con uno mismo y la falta de un sentido de vida. Fundada por Viktor Frankl como la tercera escuela vienesa de psicoterapia, se centra en la voluntad de sentido como una motivación primaria del ser humano y esencial para vivir.
Las personas tienden a cuestionarse sobre el propósito de su existencia, la naturaleza de la felicidad, el sufrimiento, la moralidad y la relación con los demás. Son temas tan amplios y profundos que han inspirado innumerables obras de arte y literatura, y enriquecido el sustento de las religiones y las reflexiones filosóficas sobre la condición humana y cómo vivir una vida plena y significativa.
En “La voluntad de vivir” del médico psicoanalista Wilhelm Stekel, dice: «¡Vida, yo te amo…! Tráeme lo que quieras, alegrías, sorpresas, días de sol. Fugaces relámpagos de felicidad, conocimientos profundos, penas, desengaños, desprecios, horas grises. […] ¡Jamás te haré un reproche!» (Ed. Diana, México, 1948). En otro libro, Monseñor Fulton J. Sheen, en “La vida merece vivirse” (Ed. Latinoamericana, México, 1956), inicia con una pregunta: «¿Es la vida digna de ser vivida, o es opaca y monótona?», y más adelante agrega que el ser humanos es un individuo inteligente y libre que puede concebir pensamientos que sobrepasan el conocimiento de los sentidos, por ejemplo, las causas, lo hermoso, la relación entre las cosas, crear, imaginar. Y tiene libertad para elegir, decidir y determinar sus objetivos, sus razones para vivir, cercanos y lejanos.
Hans Küng, pensador y difusor sobre investigaciones científico-religiosas, propone hacerse cargo de lo que pasa a nuestro derredor respetando la perspectiva del otro y pensando en que todo lo que hacemos trae consecuencias a futuro. Si continuamos pensando en nosotros mismos, la desesperación de los que tienen menos y que buscan medios para sobrevivir, se levantará en medio de asesinatos, traiciones, robos y daños constantes, haciendo del mundo en el que nos encontramos, un lugar inhabitable. (“Proyecto de una Ética Mundial”, Ed. Trotta, 7ª edición, 2006).
En definitiva, el sentido de la existencia es una pregunta personal y subjetiva que cada persona debe responder por sí misma. No existe una respuesta correcta que se aplique a todos. Algunas personas encuentran significado en sus relaciones, su trabajo o sus creencias espirituales, mientras que otras encuentran significado en sus propias experiencias y reflexiones personales.
Los individuos buscan la felicidad fuera de sí mismos, en las circunstancias, en lo material o en las demás personas. No consideran la posibilidad de que esa felicidad, como un estado de ánimo, se encuentra en su interior esperando ser reencontrada, cultivada, dotada de razones y estímulos para su desarrollo y fortaleza, para que no languidezca ante el extravío y la falta de sentido común.
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