Existen toneladas de papel impreso y de espacio digital destinado al controversial asunto del regreso de los niños a las escuelas. Este asunto no se reduce a una simple orden de la autoridad, pues son varios y muy complejos los escenarios que rodean las condiciones de una escuela y antes debe quedar claro que el mayor bien que cualquier gobierno bajo la luz de su Constitución tiene la obligación de tutelar, es el bien de la vida humana.
Al concluir la vida ya nada tiene solución. Continuar viviendo implica que todavía hay esperanza de resarcir daños, de recuperar y nivelar rezagos educativos, curar heridas colectivas, aliviar las dolencias del alma como experiencias que deben servir de aprendizajes sociales y políticos, económicos y científicos, familiares y humanos, éstos últimos pensados desde el autoconocimiento, la autorregulación, la conciencia social, la solidaridad, la colaboración, la responsabilidad, la toma de decisiones, la actuación dentro de un marco social del cuidado del otro, de la protección mutua.
Entre la Unicef, la Unesco y la OMS, encontramos una serie de observaciones que abordan diversos puntos de vista, riesgos, consecuencias, posibilidades. Igual ocurre en los distintos gobiernos del mundo cuyas experiencias son diferentes en apariencia pero similares en el tema central. La clave está en no aferrarse a un criterio parcial que ignore el contexto de la situación y olvide el principal bien que debe protegerse.
Es cierto que los niños y los adolescentes tienen la necesidad de convivir con sus iguales, de salir del círculo psicológico impuesto por sus padres para tomar sus propias decisiones y percibir sus propias impresiones del mundo poniendo en juego sus emociones en contextos reales ajenos al hogar. En la adolescencia, por ejemplo, existe una tensión entre sus instintos y deseos de salir, hablar, moverse, gritar, saltar, hacer travesuras… y no poder hacerlo por estar en casa bajo la vigilancia de sus padres, sin interés por los deberes escolares.
Todo mundo está consciente de que la pandemia ha cambiado la vida de los niños, niñas y adolescentes. Sin ir a la escuela o salir al parque a jugar, practicar algún deporte, ir al cine o reunirse con sus amigos allegados, corren el riesgo de caer en el estrés y la ansiedad, sobre todo si las relaciones familiares no son compensatorias (“Pandemia, niños y adolescentes”, 25/Nov/2020).
Los padres han sufrido un giro en sus responsabilidades con los hijos, que algunos no han podido superar. Tenerlos en casa todo el tiempo, para los padres significa una experiencia que les reclama períodos extensos de una relación familiar desgastante. Y no debiera ser así. Sin embargo, a lo largo de estos meses de pandemia hemos visto de todo. Quejas por la mala convivencia, estrés y angustia, violencia y hasta divorcios que naturalmente afectan grandemente a los menores.
En la gran mayoría de los países del mundo, los niños no han ido a la escuela en casi un año. Cada país, cada región, cada comunidad ha tenido que tomar sus propias medidas para mantener el aprendizaje de niños, adolescentes y jóvenes al mismo tiempo que cuidan de su salud física y emocional, como una necesidad apremiante derivada de la contingencia mundial.
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