Al igual que la semana pasada, subrayamos que los adolescentes viven una etapa muy significativa para su existencia que quizá defina en gran medida la manera en que habrán de enfrentar y resolver sus vidas futuras. La primera parte de esa etapa la viven en la escuela secundaria, conviviendo con otros chicos y chicas de inquietudes similares, siempre bajo la influencia decisiva del hogar.
Es un periodo de transición y de formación en el que buscan encontrar, explorar, definir, identificar, percibir, construir todos aquellos principios, fundamentos y componentes que les ayuden a encausar sus pensamientos, sensaciones y emociones dirigidos a lograr la identidad, desarrollar la capacidad intelectual y decidir el papel que intentarán jugar en la vida ulterior de cada quien, hombre o mujer.
Muchos no alcanzarán a comprender la importancia de estos momentos sino hasta el final de esta etapa, cuando ya se encuentran en los primeros años de su juventud y mayoría de edad. Esto se comprende, porque cada adolescente vive experiencias distintas que pueden obligarlo a una maduración temprana, a recuperarse de experiencias traumáticas o bien gozar de una familia que lo provea de casi todo.
Para ellos la familia, los grupos o pandillas de amigos y las vivencias de la escuela son los círculos tradicionales en donde nutren su formación interior. Hoy cuentan, además, con el acceso a las redes sociales y la Internet. No todos aprenden la cultura del esfuerzo ni comprenden que en la vida las cosas se ganan ejerciendo sus obligaciones familiares, escolares y sociales, para ganar a plenitud los derechos que ayudan a transitar por las dificultades de la vida.
Digo esto en el ámbito de la pedagogía, sin contravenir el espíritu de la ley que impregna a los derechos humanos inalienables, pero advirtiendo que sería mucho más formativo que aprendiesen la convivencia respetuosa entre los seres humanos, la búsqueda del sentido de la vida, la supervivencia de la Tierra y de la especie, la construcción colectiva de ciudadanía, las relaciones entre derechos y deberes, la responsabilidad del yo, del nosotros y de los otros, etcétera (Miguel Rivera Alvarado, mayo 15, 2020, https://ined21.com/el-fin-de-la-escuela/).
El adolescente trata de zafarse de cualquier sujeción e intenta medir fuerzas con cualquiera que represente una autoridad, como sus padres, el maestro, las personas mayores. Si él cree que tiene el derecho a su favor y ninguna obligación en su contra, se legitima su comportamiento frente a cualquiera. Es en esta encrucijada donde el horizonte del derecho y la pedagogía se difuminan, siendo ambas posiciones muy importantes para el proceso integral de formación de los adolescentes.
Se evade exigirles que limpien su cuarto y lleguen temprano a casa. No hay obligación de estudiar ni de aprender si no lo deciden por ellos mismos. Esto es un grave error pues se forman individuos que no conocen límites, crecen sin conciencia de que son parte de una sociedad, muy lejos de los valores y de una cultura temprana de la legalidad y del derecho. Este enfoque debe revisarse desde el punto de vista de la pedagogía y no de la política, pues afecta al adolescente, al hogar, a las escuelas y a la sociedad.
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