Es difícil hablar de Dios…

Gilberto Nieto Aguilar

En diversos momentos en el tiempo, grandes pensadores han cuestionado el aparato administrativo de la iglesia y también la existencia de un ser superior. La jerarquía eclesiástica, como institución humana, tiene los yerros y las fallas propias del hombre, muy dado a perder el rumbo cuando tiene seguridad, autoridad y tiempo sin límites para ejercer los manejos de una institución.

Pero lo que significa la palabra “Dios”, es digno de análisis desde diversos puntos de vista, buscando el origen de este concepto en la vasta geografía planetaria y a través del tiempo. Étienne Henry Gilson enfatiza la naturaleza innata de la idea de Dios, sugiriendo que su presencia en el pensamiento humano apunta hacia su existencia. Piensa que la historia de la filosofía sobre el tema se puede explicar como un cúmulo de diferentes experiencias filosóficas, las cuales son una especie de círculo que consiste en el paso de un marcado dogmatismo a un escepticismo profundo.

La idea de Dios sufre modificaciones substanciales en el tiempo y los pueblos, pero esa creencia en la divinidad es una constante en todas las culturas, que el ser humano ha llevado a diversas formas de comprensión, desde una fuerza superior inteligente que domina a la energía e inspira respeto, hasta una deidad que rige a voluntad su destino y requiere de ritos especiales de adoración. Desde la etapa más desarrollada del paleolítico, donde se encuentran los primeros vestigios de esta idea, hasta las reflexiones contemporáneas que establecen distintas concepciones sobre la divinidad y la esencia del concepto de Dios.

Santo Tomás de Aquino propuso la quinta vía para demostrar la existencia de Dios basada en la estructura ordenada del universo. Anselmo de Canterbury desarrolló el “argumento ontológico” que lo define como el ser más perfecto que implica su existencia real. Kant cuestiona ese argumento pero justifica la idea de Dios dentro del ámbito moral como esencial para la búsqueda del bien supremo, entrelazado con la libertad y la felicidad. Así, el hombre común pierde el hilo ante la variada argumentación de los grandes pensadores.

Surge incluso la teosofía, no como una religión, sino como un conjunto de enseñanzas y doctrinas difundidas por Helena Blavatsky a fines del siglo XIX. La Sociedad Teosófica fundada en Nueva York en 1875, tiene como uno de sus objetivos el estudio comparativo de la religión, la ciencia y la filosofía con el fin de descubrir la enseñanza fundamental en cada una de ellas.

En los tiempos modernos, los avances de la ciencia crearon una corriente materialista que juzgó en cada descubrimiento y en cada invento, argumentos para la negación de Dios. Las ideas de Copérnico y Galileo sobre el sistema heliocéntrico, de Newton sobre el mundo material de la física, Descartes y la razón en el desarrollo de las ciencias naturales, Darwin y la teoría de la evolución, Freud y el psicoanálisis, fueron interpretados como una razón que descartaba la existencia de Dios y de un creador que llevara al universo del caos al orden.

En los tiempos actuales el descubrimiento de la estructura del ADN, la posibilidad de la clonación de seres vivos, la creación de la inteligencia artificial, los secretos que revelan diariamente las ciencias, impele a parecer que el triunfo de la ciencia hace inútil todo debate sobre la existencia de Dios, pero la gran pregunta acerca del sentido de la vida sigue sin resolverse. Tal vez le es dado al ser humano conocer los mecanismos matemáticos, físicos, químicos y biológicos de su funcionamiento y el de la naturaleza, pero ese conocimiento no sustituye la presencia de Dios como fin último. Más bien, parece que el hombre quiere ocupar su lugar como controlador de las fuerzas que rigen el universo.

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