Los que compararon nuestra existencia a un sueño quizá tuvieron más razón de lo que pensaron. Michel de Montaigne.
No eres sólo lo que piensas y sientes, sino también lo que haces y aparentas. Pero ¿el yo es algo constante? En la actualidad, dice la neurocientífica noruega Kaja Nordengen, ya no son únicamente los filósofos los que tratan de encontrar respuestas a estas preguntas, sino también los especialistas en neurociencia (“Tu supercerebro. El único órgano irremplazable”, Paidós, México, 2018).
Entender cómo funciona el cerebro y cómo participa en todos los procesos corporales, es comprender quiénes somos y de lo que se puede ser capaz como seres humanos. Estos conocimientos abren, dice May-Britt Moser, Premio Nobel de Medicina 2014, nuevos espacios de diagnóstico y tratamiento cuando algo llega a funcionar mal al grado de alterar el carácter y la personalidad de un individuo (Prólogo a la obra citada).
Pasó mucho tiempo antes de que los seres humanos comprendieran que las personas son lo que son, gracias al cerebro, pues la idea más generalizada, por ejemplo, en la Grecia clásica, consistía en que el cerebro era un órgano de poca importancia y que el alma residía en el corazón. A mediados del siglo XVII, Descartes ubicó el asiento del alma en el cerebro.
En 1887 Fridtjof Nansen, héroe expedicionario e investigador noruego, postuló en su tesis doctoral que la inteligencia radica en la multitud de contactos entre las neuronas del cerebro. Desde esa época, se ha comprobado que no sólo la inteligencia, sino también la alegría, el amor, el desprecio, la memoria, el aprendizaje, el gusto por la música y las preferencias personales se encuentran en el contacto que se va construyendo entre las neuronas.
Si todas las propiedades que constituyen el yo se hallan en el cerebro, es evidente que cada ser humano no sería quién es sin este órgano. La muerte cerebral equivale a la muerte del individuo. Es un órgano irreemplazable, es decir, no puede trasplantarse como el corazón, el hígado, el riñón, el pulmón, etcétera. Si en el futuro pretende hacerse, surgirán algunos dilemas éticos.
El niño nace con un cerebro no del todo desarrollado dentro de un cráneo apenas suficiente en tamaño para pasar por el canal del parto. Tendrá una larga infancia en la que dependerá de sus padres y otros adultos. El cerebro termina su desarrollo fuera del útero y, por consiguiente, se debe invertir mucha energía en cada pequeño en su etapa de crecimiento. Se necesita toda la aldea para educar a un niño.
Ninguna otra especie tiene tantas neuronas en la corteza cerebral como el ser humano. Ella es la sede del pensamiento, el lenguaje, la personalidad y la resolución de problemas. Nos ayuda a expresar sentimientos y a captar significados detrás de los sonidos, la ironía y el humor.
Misterios y decenas de preguntas pendientes esperan impacientes los esfuerzos e investigaciones de las mentes lúcidas dedicadas a las ciencias biológicas y de la salud, para que en un futuro se alcancen respuestas que permitan avanzar más en el conocimiento neurológico. A fin de cuentas, el cerebro es el único órgano que puede estudiarse a sí mismo.
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